Evitamos a toda costa hablar de las cosas más fundamentales. Los tópicos que determinan nuestra estructura humana se dan tanto por hecho que nunca se ponen sobre la mesa: la forma en que vivimos nuestra sexualidad, nuestra manera de concebir las relaciones, el sentido profundo de la economía y en el caso de nuestra labor como creadores escénicos el vínculo directo que establecemos con los espectadores.
No se alcanzan a imaginar la inmensa cantidad de personas que desde hace muchos años y a diario me expresan que soñaron desde niños danzar y actuar, simplemente expresar su ser y su sentir de manera natural, pero su sueño se vio frustrado porque el mismo imaginario social que se tiene sobre teatro y danza los sacó corriendo, las mismas formalidades del teatro y la danza han sido las que han ido apagando los sueños legítimos de millones de personas, la falta de humanidad en los procesos de formación y creación han dejado muchos traumas y lo escénico tiene más carga de dolor que de placer en una sociedad como esta. Entonces hay algo aquí que no tiene sentido. ¿Cómo hacer para desmitificar las falsas ideas que se han edificado sobre lo que es el teatro, la danza y lo escénico?.
Yo me pregunto si los teatreros o los bailarines hemos hecho verdadera consciencia de que estos ámbitos en los que nos movemos y la forma en que lo manifestamos generan en las personas del común más miedo y distancia que proximidad, cuando podría ser algo tan natural y vivo que no queden dudas, quizás porque nos hemos encargado de distanciarnos nosotros mismos de su sentido más profundo y en esa medida distanciamos a los espectadores. Subestimamos la humanidad sensible de los seres que vienen a vernos y nos cuesta y evitamos mucho hablar acerca de eso. Parece que en nuestros contextos presentar una obra es suficiente para calmar nuestras ansias de sentirnos «artistas» y hasta ahí llegan nuestras reflexiones sobre el oficio.
Por: Carlos Ramírez